23 de July, 2023
Las crecientes
demandas psicosociales y de salud mental en Colombia, sumado a las problemáticas
que registra la población de la ciudad de Ibagué, nos invitan a reflexionar y
actuar sobre la imperante necesidad del fortalecimiento y/o creación de
entornos protectores, que permitan la promoción de prácticas que protejan a
cada uno de los integrantes de las comunidades educativas; así mismo, prevengan
y mitiguen los riesgos asociados a la salud mental.
Teniendo en
cuenta que la Ley 1616 de 2013 define la salud mental como “un estado dinámico que se
expresa en la vida cotidiana a través del comportamiento y la interacción de
manera tal que permite a los sujetos individuales y colectivos desplegar sus
recursos emocionales, cognitivos y mentales para transitar por la vida
cotidiana, trabajar, establecer relaciones significativas y contribuir a la
comunidad” se evidencia de forma implícita la complejidad de las
interacciones humanas que se generan en la convivencia cotidiana.
Es así, que lo
anterior demanda poner la mirada en los procesos que se generan al interior de
la convivencia escolar, la cual es un escenario propicio para el fortalecimiento
de competencias socioemocionales y ciudadanas, que promuevan buenas prácticas y
la protección eficaz de todos los actores involucrados en el proceso educativo.
Cabe resaltar que pensar en convivencia escolar, implica aceptar la alteridad
de las relaciones humanas y utilizar los conflictos cotidianos como
oportunidades de aprendizaje, motores de transformación y cambio. (MEN, 2013).
En los discursos
actuales la convivencia es asociada con el orden, la tolerancia, la aceptación
y la paz, encubriendo la complejidad y la afección de las relaciones humanas,
las contrariedades en los individuos, la perturbación y la conflictividad. Por
lo anterior, la convivencia no es necesariamente sinónimo de armonía, allí se
pueden desarrollar acciones protectoras para el fortalecimiento de la salud
mental o, por el contrario, legitimar actos que atenten contra ella. De hecho,
la convivencia cobra sentido en la conflictividad, pues se trata de ser y estar
con el otro permitiendo que ese otro también sea y esté (Skliar, 2010). Desde esta perspectiva, se habla de
convivencia escolar teniendo en cuenta las múltiples contrariedades en el
pensar y actuar entre adultos y niños o jóvenes, docentes y estudiantes,
directivos y docentes, los roles y diferencias de pensamiento que los invisten
en el acto de ser y estar con el otro.
De acuerdo con Banz (2008), la convivencia escolar termina siendo un proceso transversal en todas las relaciones que se gestan al interior de la institución educativa. Su calidad y forma se construyen en la interacción permanente, en el diálogo, en la participación, en el compartir actividades y objetivos, en la construcción de consensos y negociación en los disensos, entre muchas otras formas de “estar juntos” en medio del cumplimiento de objetivos educativos comunes. Por lo anterior, la responsabilidad de aprender a convivir no converge únicamente en los estudiantes, sino en todos los actores del proceso educativo y miembros de la comunidad educativa.
“La convivencia es fruto de las interrelaciones de todos los miembros de la comunidad escolar, independiente del rol que desempeñen. De allí que todos son, no solo partícipes de la convivencia, sino gestores de esta. Por lo tanto, la convivencia no es algo estable, sino que es una construcción colectiva y dinámica, sujeta a modificaciones conforme varían las interrelaciones de los actores en el tiempo”. (Maldonado, 2004, p. 2)
De análoga
manera, la convivencia es una construcción que surge entre los actores de la comunidad
educativa y es responsabilidad de todos, sin excepción. Por lo tanto, la
escuela debe favorecer ambientes democráticos, permitiendo la expresión y
participación de cada individuo para consensuar y entablar acuerdos que
permitan la consecución de los objetivos educacionales como es caso del
fortalecimiento de las competencias socioemocionales, y por lo tanto aportar al
bienestar de cada uno sus miembros. Todo lo anterior suscita la necesidad de
analizar y fortalecer las acciones de promoción y prevención que se gestan al
interior de los procesos de convivencia impulsados por los establecimientos
educativos del municipio, para procurar el bienestar socioemocional y salud
mental de los Ibaguereños.
María Cristina Oviedo Jiménez - Psicóloga, Magister en Educación
Esta columna de opinión es exclusivo pensamiento de su autor(a) y en nada compromete la línea editorial de este medio de comunicación.